El New York Times publicó ayer un bello artículo de William Gibson sobre el centenario de George Orwell. Bello porque afirma con elegancia, brevedad y contundencia cosas ambiguas e incluso contradictorias. Destaco las dos que me resultaron más interesantes: que Internet es la consumación democrática de la pesadilla orwelliana y que esa consumación no implica necesariamente que los poderosos -ni los individuos comunes- tengan el control absoluto de lo que sucede.
El primer punto es, sobre todo, ambiguo. Intento traducir: "Nos estamos aproximando a un estado teórico de absoluta transparencia informativa, pero uno en el cual el escrutinio orwelliano no es más una actividad estrictamente jerárquica, de arriba hacia abajo, sino hasta cierto punto una actividad democratizada". Lo que Orwell imaginó como una pesadilla está ocurriendo no como consecuencia de la imposición de un tirano sino como fruto del ejercicio de la libertad expresiva de los ciudadanos voluntariamente conectados a la Matrix informativa. Por supuesto, esto no sucede solo en Internet, sino a través de los esfuerzos por informatizar los registros médicos personales, por montar sistemas de vigilancia permanente por vídeo en lugares públicos y hasta por la ola de reality shows televisivos. Es gracioso que un programa de TV llamado Gran Hermano construya un laboratorio social basado en la narración de Orwell solo para descubrir que muchísima gente desea ser vigilada y que si el Gran Hermano existe, no es un individuo sino el público, la muchedumbre.
Cada vez que buscamos agujas en Google, recomendamos sitios o tejemos nuestras ideas en un blog, en un sentido somos más libres y en otro nos sometemos voluntariamente a la tiranía de conocer y de ser conocidos. Sabemos todo, pero a cambio de que se sepa todo de nosotros. Esto nos deja a las puertas del segundo punto, el contradictorio: "Se está volviendo cada vez más difícil para cualquiera, absolutamente cualquiera, guardar un secreto", dice Gibson. Pero luego agrega: "Un mundo de transparencia informativa será necesariamente uno de múltiples puntos de vista, atravesado por datos incorrectos, desinformación, teorías conspirativas y una cuota diaria de locura". Es casi imposible guardar secretos, pero también es casi imposible encontrarlos y, si son encontrados, entenderlos. La regla vale tanto para individuos como para gobiernos y corporaciones. Es posible, entonces, que el impulso por conocer todo sea tan caótico que siempre quede, como en 1984, un sitio donde el saber no llegue y un individuo pueda urdir una rebelión, aunque no sepa bien para qué. ¿Es bueno esto? No lo sabemos, pero evidentemente es inevitable.
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